Porque son dos uves.
La primera para mí. Cuando llegue el día en que mis hijos me pregunten qué hice yo el 14 de Mayo de 2006, tendré que agachar las orejas y desviarles la mirada, y decirles que aquello que tanto esperaba, se me pasó. A las 16:45 un amigo con el que había quedado para ir me llamó para saber donde estaba. En mi casa. Me lo recordó y salí inmediatamente de mi casa. Para cuando llegué eran las 17;55, y ya no había nada. Lo que su padre esperó, esa oportunidad para clamar que no se puede seguir así, cayó por el puente del Arenal y se deshizo en la ría como un vulgar papel.
La segunda uve es para los que, como yo, no asistieron. Cuando llegué quedaban apenas cuatro grupos sentados, alguno siendo entrevistado por la ETB. Pregunté a los amigos que sí estuvieron cómo había sido. Lo primero que me dijeron fue que la Ertzaintza, que había ido para que no pasase nada, se fue enseguida. Bien, una reivindicación no violenta. Pero nada más. Poca gente, y gente totalmente pasiva. Ni una sola pancarta, ni un sólo cartel explicando a los viandantes qué hacía esa gente allí sentada. Recuerdo un año en fiestas de Bilbao en el que multitud de gente acampó con sus iglúes para pedir que se concediese a los países subdesarrollados ese 0'7% que los gobiernos se comprometieron a donar. Pero en la Plaza del Arriaga no hubo nada. Podía haber sido un botellón como cualquer otro: cada uno a lo suyo, sin molestar (los litros en Euskadi son menos escandalosos, sin coches con música, con gente hablando y cantando) y sin hacer nada para mejorar su situación. No me perdí nada, pero quería haber estado allí.
Como nota feliz, nos fuimos a Unamuno y encontramos el nuevo Gaztetxe (casa okupa) de Bilbao. Ahí estaban limpiándolo, haciendo malabares en la calle y con un cartel explicando al señor alcalde los talleres y actividades que se iban a realizar en él. Los okupas, al borde de la legalidad (por dentro, por fuera, no seré yo quien lo juzgue) celebraban su nuevo local por todo lo alto, con una inmensa pancarta colgada de un andamio, en la calle, sin armar ruido, pero demostrando lo que quieren. Mi más sincera admiración para ellos.
Lo dicho, vergüenza para nosotros, los jóvenes, que no hemos acudido a intentar cambiar una situación que no nos permite vivir con normalidad.
Denme una segunda oportunidad. No fallaré.
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